La preparatoria Dante Alighieri de León, Guanajuato, presume llevar el nombre del gran poeta, pero en realidad funciona más como una adaptación libre —muy libre— del Infierno. No el literario: el de los fines de semana, ese que se enciende en una casa de cuatro cuartos, unos portones que parecen diseñados por alguien que odia la alegría, y una cochera tan grande como la ambición de convertir la educación en un pretexto para la parranda.
Entre semana, el lugar intenta parecer una escuela: hay pizarrones viejos, sillas cojas y un par de posters motivacionales que no alcanzan a ocultar la humedad. Pero llega el viernes y todo cambia. El cartel de “Formando conciencias críticas” es reemplazado por uno invisible que todos conocen: “Bienvenidos al antro Dante’s”. Y la cochera, donde supuestamente se imparte filosofía, se convierte en una sucursal del noveno círculo… aunque aquí nadie traiciona a nadie: todos llegan voluntariamente a la borrachera infernal.
Es un espectáculo digno de estudio sociológico: estudiantes, exalumnos, colados profesionales y fauna nocturna diversa que no sabría citar un verso de la Divina Comedia, pero domina con maestría el arte de abrir una caguama con los dientes. Porque a falta de laboratorio de química, ahí se experimenta: mezclas explosivas de vodka barato, refresco caliente y decisiones lamentables que el lunes se intentan borrar con trabajos impresos a última hora.
Los vecinos ya lo saben: en la Dante Alighieri se estudia poco y se brinda mucho. La currícula real incluye Introducción al desmadre, Taller de baile sin dignidad y Seminario de cómo evitar a la patrulla. Y sin embargo, la dirección insiste en presumir un “modelo europeo” de educación. Claro: europeo como los hostales donde se pierde la cordura y nadie recuerda quién rompió la lámpara.
Al final, la Dante Alighieri no es una preparatoria: es un antro disfrazado de institución y una casa que, si hablara, pediría vacaciones permanentes. El único fuego sagrado que arde ahí no es el de la sabiduría, sino el de las bocinas tronando y el de la parrillita improvisada.
Dante escribió: Lasciate ogne speranza voi ch’intrate.